El origen de la vida
Fue hace 4000 millones de años (más o menos). En un paisaje violento de radiaciones cósmicas, erupciones volcánicas y lluvias de meteoritos, la vida daba sus primeros chapoteos. Desde hace poco más de medio siglo, los cientÃficos intentan averiguar cómo fue que algo sin vida se transformó en otra cosa capaz de crecer, reproducirse y morir. Para eso producen teorÃas y experimentos de quÃmica prebiótica. La quÃmica que precedió la aparición de la vida. Se ha reunido mucha información. Explicaciones que intentan resolver el entuerto no faltan. Pero ¿quién realizó el primer experimento?, ¿a quiénes se les ocurrieron las ideas que permitieron planearlo?
Espontáneamente generada
Hasta el siglo XVII, era creencia común que Dios habÃa creado las plantas y los animales. También se aceptaba que ciertas criaturas se formaban espontáneamente a partir de distintas materias primas. Los gusanos y las moscas, del estiércol; los piojos, del sudor humano; las luciérnagas, de las chispas de las hogueras.
La generación espontánea estaba avalada por respetadas personalidades. La habÃan defendido Aristóteles, Plotino, San AgustÃn y Santo Tomás de Aquino. Algunos arriesgaron recetas. El alquimista Johann Van Helmont (siglo XVII) publicó cómo fabricar ratones con trapos viejos y un poco de trigo.
A partir del siglo XVII, varios experimentos probaron que los seres vivos se forman solamente a partir de seres vivos. Uno de los trabajos más recordados, con microbios, es el del quÃmico Louis Pasteur. En los años 60 del siglo pasado, los resultados de Pasteur se abrieron paso con dificultad en medio de creencias milenarias. Los acompañaba una idea igualmente reciente y provocativa. La del biólogo Charles Darwin, quien aseguraba que la vida, como la conocemos, es la consecuencia de un lento proceso evolutivo regido por la selección natural.
La teorÃa que surgió del frÃo
Aleksandr Ivanovich Oparin era ruso de nacimiento, fisiólogo vegetal de carrera, bioquÃmico por vocación. Nació en 1894 en Uglich. Estudió, y después enseñó, en la Universidad de Moscú. La teorÃa que desarrolló en los años 20 fue el germen de la visión actual sobre el origen de la vida.Cuando Oparin era estudiante universitario, los biólogos rusos enseñaban que los primeros seres vivos habÃan sido autótrofos (capaces de fabricar su propio alimento, como las plantas), y se habÃan formado por generación espontánea a partir de grumos de carbón. A Oparin, que habÃa leÃdo y aceptaba la TeorÃa de la Evolución de Darwin, la idea no le cerraba. “Yo no lograba imaginar la aparición repentina de una célula fotosintética a partir de dióxido de carbono, nitrógeno y agua -escribió Oparin-. Por eso, llegué a la conclusión de que primero debieron haber surgido, mediante un proceso no biológico, las sustancias orgánicas de las cuales se formaron, más adelante, los primeros seres vivos, organismos que al principio eran heterótrofos y se alimentaban de las sustancias orgánicas del ambiente.”
El 3 de marzo de 1922, Oparin presentó su postura en una reunión de la Sociedad Botánica Rusa, de la que era miembro. Fue escuchado y reprobado con igual cortesÃa. Era una especulación teórica que carecÃa de apoyo experimental.
Sin desalentarse, Oparin escribió un librito titulado El origen de la vida. Con cierta reticencia, y a pesar del rechazo rotundo de un árbitro cientÃfico, la obra fue publicada por la editorial El Trabajador Moscovita. Salió a la venta en noviembre de 1923 (aunque llevaba fecha de edición de 1924). Se vendió bien. Pronto se convirtió en una rareza bibliográfica. Fuera de Rusia prácticamente no se difundió hasta 1965.
De lo simple a lo complejo
En 1936, Oparin presentó una versión revisada y ampliada de El origen de la vida. SostenÃa: el carbono arrojado por los volcanes se combinó con vapor de agua, formando hidrocarburos. En el océano, esas moléculas se hicieron más complejas y se amontonaron en gotitas llamadas coacervados -acervus, en latÃn, significa montón-. De a poco, los coacervados fueron adquiriendo las caracterÃsticas de las células vivas (ver el recuadro “Requisitos para ser vivo”). Esas células eran microbios anaeróbicos, porque en aquel entonces no habÃa oxÃgeno en la atmósfera.
Oparin explicó el origen de la vida en términos de procesos fÃsicos y quÃmicos. Una progresión de lo más simple a lo más complejo. Rompió asà el cÃrculo vicioso que afirmaba que las sustancias presentes en los seres vivos solamente podÃan ser fabricadas por los seres vivos. La segunda versión de El origen de la vida fue traducida al inglés por la editorial norteamericana Mac Millan, en 1938. Catorce años después, el libro fue leÃdo por un joven quÃmico norteamericano que merodeaba la Universidad de Chicago en busca de un tema interesante para su tesis de doctorado.
El Señor de los Rayos
Aquella tarde de otoño de 1951, en un aula de la Universidad de Chicago, el disertante habló de los orÃgenes. El del Sistema Solar y el de la vida en la Tierra. Especuló acerca de la primitiva atmósfera terrestre y las condiciones que permitieron la formación de las primeras células.
Unos meses más tarde, uno de los jóvenes asistentes a la conferencia se presentó ante el disertante. Le pidió que dirigiera su tesis doctoral. QuerÃa hacer experimentos que reprodujeran el ambiente de la Tierra primitiva. El disertante intentó disuadirlo. El trabajo serÃa arduo, posiblemente no funcionarÃa. Porque no pudo convencer al joven, le propuso una alternativa amable: trabajar en el tema durante unos meses. Si no obtenÃa resultados alentadores, se dedicarÃa a una investigación más convencional.
El disertante era el quÃmico norteamericano Harold Urey. HabÃa participado en el desarrollo de las bombas atómica y de hidrógeno. El Nobel de QuÃmica de 1934 fue para él. El nuevo discÃpulo era Stanley Miller. TenÃa 23 años. HabÃa estudiado QuÃmica en la Universidad de California. Llevaba varios meses buscando un tema interesante para su tesis de doctorado. Los seis meses propuestos por Urey fueron más que suficientes. En unas pocas semanas Miller leyó los escritos de Oparin y Urey, hizo construir un aparato sencillo, realizó un experimento simple y exitoso. Miller mezcló vapor de agua, metano, amonÃaco e hidrógeno. Para Oparin y Urey, esos eran los gases presentes en la primitiva atmósfera terrestre. Miller simuló tormentas eléctricas mediante dos electrodos de tungsteno. Con una bobina Tesla produjo descargas de 60.000 voltios.
Una mañana, Miller encontró que el agua dentro del aparato se habÃa vuelto rosa. La analizó cuidadosamente. Encontró aminoácidos, la sustancia de la que están hechas las proteÃnas. Era la primera prueba experimental que avalaba las ideas de Oparin.
Miller envió sus resultados a Science, una de las revistas cientÃficas más importantes del mundo. “Uno de los árbitros simplemente no lo creyó y retardó la publicación del artÃculo -declaró Miller tiempo después-. Luego se disculpó conmigo. Fue bastante raro que, aunque Urey avalaba el trabajo, se hiciera difÃcil publicarlo. Si yo hubiera enviado el artÃculo a Science por mi propia cuenta, el original todavÃa estarÃa en el fondo de un montón. Pero el experimento era tan fácil de reproducir que no pasó mucho tiempo antes de que fuera convalidado”.